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mi caballo y carg�ronnos con cuanto mayores cargas pudieron, y dejando la
casa vac�a y metida a saco mano, d�ndonos de varadas, nos llevaron; y para
que les avisase de la pesquisa que se hac�a de aquel delito, dejaron all� a
uno de sus compa�eros. Y d�ndonos mucha prisa y varadas, llev�ronnos
fuera de camino por esos montes; yo, con el gran peso de tantas cosas como
llevaba y con las cuestas de aquellas sierras y el camino largo, casi no hab�a
diferencia de m� a un muerto. Yendo as�, v�nome al pensamiento, aunque
tarde, pero de veras, recurrir a la ayuda de la justicia para que, invocando el
nombre del emperador C�sar, me pudiese librar de tanto trabajo.
Finalmente, como ya fuese bien claro el d�a, pasando que pas�bamos una
aldea bien llena de gente, porque hab�a all� feria aquel d�a, entre aquellos
griegos y gentes que all� andaban quise invocar el nombre de Augusto
C�sar en lenguaje griego, que yo sab�a bien, por ser m�o de nacimiento. Y
comenc� valiente y muy claro a decir: �ho, ho�; lo otro que restaba del
nombre de C�sar nunca lo pude pronunciar. Los ladrones, cuando esto
oyeron, enojados de mi �spero y duro canto, sacudi�ronme tantos palos,
hasta que dejaron el triste de mi cuero tal que aun para hacer cribas no era
bueno. Al fin, Dios me deparó remedio no pensado, y fue �ste: que como
pas�bamos por muchos casares y aldehuelas, vi un huerto muy hermoso y
deleitable, en el cual, adem�s de otras muchas hierbas, hab�a all� rosas
incorruptas y frescas con el roc�o de la ma�ana. Yo, como las vi, con gran
deseo y ansia, esperando la salud, alegre y muy gozoso llegueme cerca de
ellas; y ya que mov�a los labios para comerlas, v�nome a la memoria otro
consejo muy m�s saludable, creyendo que si dejase as� de improviso de ser
asno y me tornase hombre, manifiestamente caer�a en peligro de muerte por
las manos de los ladrones. Porque sospechar�an que yo era nigrom�ntico o
que los hab�a de acusar del robo. Entonces, con necesidad, me apart� de las
rosas, y sufriendo mi desdicha presente, en figura de asno ro�a heno con los
otros.
Cuarto libro
Argumento
Apuleyo, tornado asno, cuenta elocuentemente las fatigas y trabajos que
padeció en su luenga peregrinación, andando en forma de asno y reteniendo
el sentido de hombre: entromete a su tiempo diversos casos de los ladrones.
Asimismo escribe de un ladrón que se metió en un cuero de osa para ciertas
fiestas que se hab�an de hacer, y de industria inserta una f�bula de Psiches,
la cual est� llena de doctrina y deleite.
Cap�tulo I
En el cual Lucio Apuleyo cuenta por extenso lo que pasaron los ladrones y
bestias desde la ciudad de Hipata, por el camino, hasta llegar a la cueva
de su aposento, y su propio trabajo y acontecimientos.
Andando nuestro camino, ser�a casi mediod�a, que ya el sol ard�a,
llegamos a una aldehuela donde hallamos ciertos amigos y familiares de los
ladrones; lo cual yo, aunque era asno, conoc�, porque en llegando hablaron
largamente y se abrazaron y besaron como personas que mucho se
conoc�an, y tambi�n porque sacaron algunas cosas de medio de la carga que
yo llevaba y se las dieron, dici�ndoles secretamente cómo eran cosas
robadas. All� nos descargaron de toda nuestra carga y nos echaron en un
prado que estaba all� cerca para que a nuestro buen placer paci�semos; pero
la compa��a de pacer con el otro asno y con mi caballo no pudo tenerme
all�, porque yo no era usado de comer heno; mas como yo estaba perdido de
hambre, vi tras de la casa un huertecillo en el cual me lanc�. Y como quiera
que de coles crudas, pero abundantemente, yo hench� mi barriga. Andando
en el huerto, yo miraba a todas partes, rogando a los dioses si por ventura
hubiese alg�n rosal, a lo cual me daba buena confianza la soledad que por
all� hab�a; y estando yo fuera de camino y escondido, en tomando el
remedio que deseaba de tornarme de asno de cuatro pies en hombre,
podr�alo hacer sin que nadie me viese. As� que, andando en este
pensamiento, vacilando, veo un poco m�s lejos un valle con �rboles y
sombra, en el cual valle, entre otras hierbas verdes y hermosas,
resplandec�an rosas coloradas y muy frescas; ya en mi pensamiento, que
del todo no era de bestia, pensaba que aquel lugar fuese de la diosa Venus y
de sus ninfas, cuyas flores y rosas reluc�an entre aquellas arboledas y
sombras. Entonces, invocando por m� el alegre y próspero evento, comenc�
a correr cuanto pude, que por Dios yo no parec�a ser asno, sino caballo
corredor y muy ligero; pero aquel mi osado y buen esfuerzo no pudo huir
de la crueldad de mi fortuna. Ya que llegaba cerca de aquel lugar, veo que
no eran aquellas rosas tiernas y amenas, rociadas de roc�o y gotas divinas,
cuales suelen engendrar las f�rtiles zarzas y espinas, ni tampoco el valle era
todo arboleda, salvo la ribera de un r�o, que estaba lleno de �rboles de una
parte y de otra, los cuales ten�an la hoja larga, a manera de laureles, y las
flores, sin olor, que son unas campanillas un poco coloradas, a que llaman
los r�sticos o el vulgo rosas de laurel silvestre, cuyo manjar mata a
cualquier animal que lo coma. Con tales desdichas, fatigado ya y
desesperado de mi remedio, quer�a de mi voluntad propia comer de la
ponzo�a de aquellas rosas; pero como con mala gana y alguna tardanza
quisiera llegar a morder de aquellas rosas, un mancebo, que me pareció
deb�a de ser el hortelano del huerto donde yo hab�a destruido y comido las
coles, como vio haberle hecho tanto da�o, arrebató un gran palo, y con [ Pobierz całość w formacie PDF ]
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