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- 39 - HOGDSON, W. HOPE LA CASA EN EL CONFIN DE LA TIERRA «Miré hacia abajo, y me asombró el. que las criaturas hubiesen podido trepar tan arriba; pues la pared era relativamente lisa, y la distancia hasta el suelo debía de ser de unos veinte metros. »De repente, al asomarme a mirar, vi algo, confusamente, que se recortaba en la sombra gris de la fachada, como una franja negra. Pasaba cerca de la ventana, a la izquierda, a medio metro de distancia. Entonces recordé que era el canalón que yo había instalado hacía unos años para la conducción del agua de la lluvia. No había pensado en él. Ahora comprendía cómo habían podido llegar estas criaturas a la ventana. No había hecho más que descubrir el medio, cuando oí un roce apagado. Comprendí que subía otro de los brutos. Aguardé unos segundos; luego me incliné sobre el alféizar, y tenté el canalón. Para satisfacción mía, descubrí que estaba completamente suelto; así que me las arreglé utilizando el cañón de la carabina a modo de palanca, para separarlo del muro. Actué con rapidez. Luego, cogiéndolo con las dos manos, tiré hacia afuera toda la sección, que se soltó y fue a parar con la Bestia todavía cogida a él al jardín. Esperé unos minutos, atento; pero tras el primer alarido general, no oí nada. Ahora sabía que ya no había motivo para temer un ataque por este lado: había eliminado el único medio de llegar a la ventana, y, como las demás no tenían canalones adyacentes que tentasen las fuerzas trepadoras de los monstruos, empecé a abrigar más esperanzas de poder escapar de sus garras. «Abandoné la habitación y bajé a mi estudio. Estaba deseoso de ver cómo había resistido la puerta la prueba del último asalto. Entré, encendí las velas y me acerqué a ella. Uno de los troncos grandes se había desplazado, y por esa parte la puerta había cedido unas pulgadas. »Fue providencial que lograse alejar a los brutos precisamente entonces. ¡Y la losa del caballete! Me pregunté, vagamente, cómo se habría desprendido. Yo no había notado que estuviese suelta cuando me apoyé en ella para disparar; luego, al incorporarme, se había deslizado de debajo de mí... Comprendí que debía el rechazo de los asaltantes más a esa oportuna caída que a mi carabina. A continuación, pensé que lo más prudente sería aprovechar esta pausa para apuntalar la puerta otra vez. Era evidente que las criaturas aquellas no habían vuelto después de la caída de la losa; pero ¿quién podía decir cuánto tiempo se mantendrían alejadas? »Me entregué, sin más dilación, a la reparación de la puerta, trabajando afanosa y febrilmente. Primero, bajé al sótano y, registrando al azar, encontré varias tablas de grueso roble. Regresé con ellas al estudio, quité los puntales y coloqué las tablas contra la puerta. Luego clavé la parte superior de los troncos en ellas, y, calzándolos bien en el suelo, los clavé por abajo también. »De este modo, la puerta quedó más sólida que nunca; con el refuerzo de las tablas, estaba convencido de que aguantaría el doble de lo que había resistido hasta entonces. «Después de eso, encendí la lámpara que había traído de la cocina, y bajé a echar una mirada a las ventanas de abajo. »Ahora que había visto una prueba de la fuerza de estas criaturas, me sentía enormemente preocupado por las ventanas de la planta baja, a pesar de las sólidas rejas. »Primero fui a la despensa, ya que tenía muy vivida la reciente aventura allí. Era un sitio frío, y el viento se colaba a través de los cristales rotos, produciendo una nota espectral. Aparte del lóbrego ambiente que reinaba, todo estaba como lo había dejado la noche anterior. Me acerqué a la ventana; examiné los barrotes atentamente, y comprobé su tranquilizante grosor. No obstante, al mirar más detenidamente, me pareció que el del centro estaba ligeramente doblado; pero era muy poco; tal vez hacía años que estaba así. Jamás me había fijado en ellos, en realidad. - 40 - HOGDSON, W. HOPE LA CASA EN EL CONFIN DE LA TIERRA »Puse la mano en la ventana rota, sacudí el barrote. Estaba firme como una roca. Quizá las criaturas habían tratado de aflojarlo, y viendo que eso estaba fuera de sus posibilidades, habían dejado de hacer fuerza. A continuación inspeccioné las demás ventanas una a una; las examiné cuidadosamente; pero no descubrí nada en ninguna de ellas que revelase forcejeo alguno. Terminada la ronda, regresé al estudio y me serví un poco de coñac. Luego subí a la torre a vigilar. DESPUÉS DEL ATAQUE »Eran ahora alrededor de las tres de la madrugada, y el cielo de oriente comenzaba a palidecer con las primeras claridades. Llegó el día poco a poco, y con su luz, examiné atentamente los jardines; pero no encontré en ninguna parte signo alguno de los brutos. Me asomé y miré al pie del muro, a ver si estaba aún allí el cuerpo de la Bestia que había matado. Había desaparecido. Supuse que los demás monstruos se la habían llevado durante la noche.
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