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tado, desde luego, porque dos minutos más tarde ya estaban en el baño él, Tomatis. ¿no?, Pichón, Pirulo, Dib, Barco, Basso, Ni- dia Basso, Rosario y Botón, discutiendo en lo que se imaginaban que era voz baja y todos a la vez. Basso los quería echar pero Nidia intercedía en favor de ellos, Rosario sacudía la cabeza sin decir nada, mirando a Pirulo con una expresión que significaba más o menos Otra vez tenías que dar el espectáculo, y Botón, que una hora antes nomás había tratado de violar a la Chichito, pretendía que la conducta de Dib y Pirulo era una afrenta perso- nal a Washington. Que Washington no se entere, por favor, de- cía, con tono melodramático, cuando un rato antes nomás la Chichito, toda despeinada, había entrado aullando en el quin- cho, sosteniéndose la pollera con la mano porque Botón le había hecho saltar el cierre relámpago. Se le había puesto en la cabe- za, refiere Tomatis, que Dib y Pirulo tenían que darse un abrazo de reconciliación, idea muy del estilo de Botón, y como si hiciese falta una prueba complementaria de que Botón y la realidad son dos entidades de esencia contradictoria, se empeñaba en profe- rir su exhortación caballeresca mientras los demás, divididos en dos grupos, hacían esfuerzos sobrehumanos para retener a Dib y a Pirulo, que habían estado mirándose fijo durante el conciliá- bulo, y al menor descuido recomenzaban a los golpes. Por fin, la cosa había terminado cuando& Brusco, Tomatis interrumpe su relato y se para, de un modo tan inesperado que Leto y el Matemático avanzan todavía dos o tres pasos antes de detenerse a su vez, para comprobar, cuan- do se dan vuelta, que Tomatis, parado en medio de la calle, ob- serva, con aire preocupado, el trayecto que acaban de recorrer juntos, como si estuviese calculando la distancia. A decir ver- dad, desde que arrancaron en la puerta del diario, ya han hecho tres cuadras, y después de haber atravesado, no sin dificultad, a causa del embotellamiento, el primer cruce, siguiendo con facili- dad por el medio de la calle gracias a la ausencia de coches, han franqueado otras dos bocacalles, sin prestarles la menor aten- ción, Tomatis concentrado en su relato, y el Matemático y Leto en la reprobación un poco cohibida que el relato genera en ellos. Al estimar el trayecto recorrido, una expresión de hosquedad va haciéndose cada vez más intensa en la cara de Tomatis, cuya mirada, que se ha vuelto sombría y errabunda evita toparse, de- liberada, con las de Leto y el Matemático. Un pensamiento amargo, humillante, lo subleva, inesperado y difuso, cuando comprende que, absorbido en los pormenores de su relato, se ha dejado arrastrar tres cuadras, algo semejante a "como si ellos no supieran que todo va a, que yo mismo voy a, que el universo entero tarde o temprano va a", ¿no?, "como si no lo supieran, y peor aún si no lo saben, qué tienen que venir a pe- dirme que los acompañe embarcándome en esta aventura in- sensata de recorrer tres cuadras y contarles el cumpleaños de Washington", pensamiento tan patente en su cara que el Mate- mático, que, por respeto a una hipotética, como se dice, fuerza de carácter de Tomatis, ha estado tratando de interceptar su mirada, renuncia a hacerlo y, muy por el contrario, dándose por vencido, intenta darle una ocasión de justificarse. Te estamos alejando demasiado del diario, tal vez propone. Desentendiéndose, un poco indiferente, de una situación tan delicada, Leto se ha puesto a pensar: "Puede ser que haya teni- do, como ella pretende, una enfermedad incurable, pero el sín- toma más importante no es la degeneración celular sino el hecho de levantar la mano con el revólver y apoyarse el caño en la sien". Al diario dice Tomatis desde el director hasta el último de los cronistas deportivos, y sobre todo al director, y sobre to- do al último de los cronistas deportivos, me los paso por el forro de las pelotas lo que significa, cree entender el Matemático, si se lo pasa en limpio, más o menos lo siguiente: el diario no tie- ne nada que ver con todo esto, y es por delicadeza y por no en- redarme en discusiones estériles, que me abstengo de señalar a los verdaderos responsables. ¡Y todo por la presión difusa y sin nombre de la amenaza, de las turbulencias de lo neutro que, con su solo despliegue, por coincidencias inesperadas de carne y aliento, desquicia y desgarra! Durante unos segundos, se que- dan los tres inmóviles inmóviles, si se quiere, ¿no?, y si se de- jan de lado, y cabe preguntarse por qué, la cohesión, si puede usarse la palabra de, como parece que les dicen, los átomos, la, si no se presenta objeciones, actividad celular o la así llamada circulación de la sangre, el pretendido trabajo muscular, las per- turbaciones magnéticas del aire que los rodea, el flujo continuo de la luz, la deriva imperceptible de los continentes, la rotación y traslación, como les dicen, terrestres, la, a estar con los dia- rios, fuerza gravitatoria general, sin olvidar, si se toman en cuenta las últimas ocurrencias de las revistas especializadas, la expansión o, según se mire, la retracción del así llamado univer- so, en fin, inmóviles, si aceptamos, ya que estamos aquí para eso, la palabra, inaceptable desde luego por más vueltas que se den, ya que, pensándolo bien, lo inmóvil vendría a ser, más bien, un torbellino, una estampida fija, en su lugar; inmóviles, decíamos, entonces, ¿no?, o decía mejor, un servidor en una palabra, o en dos más vale, para que quede claro: todo eso. Así que se separan. Sacudiendo un poco la cabeza y dos de- dos flojos a la altura de la sien como si realizara una venia in- formal, con la expresión de estar pensando "si ésta no me la pagan, es porque no soy rencoroso", Tomatis, sin conceder nin- gún otro signo de despedida, se da vuelta y empieza a caminar en dirección al diario. Corpulento y oscuro, un poco extraño en el sol de la mañana, parece ir reconstruyendo, mientras se aleja con un balanceo irregular, una especie de dignidad imaginaria que el encuentro con Leto y el Matemático le hubiese enajena- do. Leto lo observa, más distraído que aliviado, preguntándose, sin darse cuenta, ahora que Tomatis se ha desembarazado de ellos, cómo, a su vez, le será posible a él, a Leto, ¿no?, desem- barazarse del Matemático. Su indiferencia ante la partida abrup- ta y vejatoria de Tomatis no es otra cosa que una venganza módica por la complicidad fugaz de Tomatis y el Matemático que, unos momentos antes, lo han mantenido en la periferia del aura que irradiaban. El Matemático, después de sacudir con le- vedad la cabeza durante unos segundos, volviéndose resuelto hacia él, parece dar por terminado el incidente. Que me corten un huevo si sé qué mosca lo picó dice, exagerando su contrariedad. "Y a mí los dos si me sigo ocupando de estos papanatas",
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